Por Armando Villegas
Para entender
cualquier material de estudio, es necesario remontarse a su origen, y seguir su
evolución hasta cuando lo encontramos transformado en objeto de ciencia. En
nuestro caso, inicialmente debemos observar con atención los tempranos tanteos
gráficos dejados en gran variedad de superficies por los primeros hombres; los
cuales casi siempre corresponden a la interpretación de todo aquello que pudo
impresionar su mente primitiva, y llegó posteriormente a ser objeto de
grabación más o menos afortunada, con una imaginación que aún no conquistaba el
conocimiento concreto de las formas de la naturaleza.
Josep
Pijoan (1881-1963), historiador español de arte, en su Historia del arte,
publicada en 1915, nos señala dos amplios campos para la exploración de los
orígenes del arte: el de los primitivos y el de los niños, cuyas culturas incipientes
nos permiten avanzar en manifestaciones verdaderamente artísticas.
En la
conocida pictografía de los primitivos no encontramos esa fase infantil llamada
“garabato”; en cambio, observamos, en sus representaciones antropomorfas, el
mismo sentido esquemático, posiblemente como producto de su representación
intuitiva de la naturaleza. Así como en el lenguaje oral, el niño inventa las
palabras para designar las cosas, en el lenguaje gráfico inventa formas para
mostrar lo que ha impresionado su imaginación; es posible que el hombre
primitivo haya llegado al recurso de la descripción gráfica por la pobreza de
su vocabulario, y es en este momento cuando debemos, con seguridad, fijar el
origen del dibujo.
El
profesor Luquet, en su magnífica obra El dibujo infantil, registra el
hecho observado en su pequeña hija, que, impresionada por una devanadera, y no
pudiendo nombrarla por desconocimiento de la palabra, pidió un lápiz y papel e
hizo un dibujo esquemático del objeto, lo que nos hace suponer que, posiblemente,
es el dibujo el que antecede a la palabra y que es un medio común de expresión,
tanto en el niño como en los hombres primigenios.
La
similitud más marcada en las manifestaciones gráficas del niño y de los
primitivos es la ausencia total del sentido de profundidad, de la tercera
dimensión, porque en ambos casos su representación es bidimensional; al
parecer, sus mentes no están todavía lo suficientemente desarrolladas para la
apreciación tridimensional.
Otro
aspecto, similar en ambos, es el carácter lúdico que tiene para ellos la
producción gráfica, lo cual nos hace recordar la teoría estética de Kant, que
asigna al juego el origen de la manifestación artística.
Con la
evolución de las formas artísticas, el dibujo pasó a ser medio de las artes plásticas,
sujeto a las técnicas imperantes.