Armando Villegas: Óleo y collage sobre cartón, 1988 |
Por Leonel Estrada
En estos cuadros,
casi siempre hay un personaje central, pero sin intención de que sea punto
focal único, tema y fondo se entrelazan para construir un rumor de calidades y
de tonos. No hay vacíos, todo está tejido de sueños y sorpresas. Villegas, que
posee una gran dicción plástica, conoce su oficio al máximo como los maestros
de la antigüedad, todo lo ha experimentado desde la arcilla a los metales, del
óleo a los acrílicos.
Su oficio es de
orfebre y lo demuestra en sus íconos, en la cerámica, en la escultura, en sus
joyas, en su pintura o en el mural.
Villegas
no descubre secretos, los inventa. Nada le resulta desechable. Todo es
convertible en arte y en poesía. Pero esto no es todo, hay magia y hay misterio
que consigue a partir del manejo de la luz con que modula un espacio o un
color. Bordeando el abismo y sin caer nunca en el caos, hace sus búsquedas
yendo de lo razonable a lo sentido, de lo estático a lo dinámico, de lo
formulado a lo espontáneo. El conocimiento de recursos, su dominio
tono-cromático, su alquimia, sus caligrafismos, el dibujo de gran lirismo, le
confieren la audiencia a su lenguaje y le permiten imprimir facetas distintas a
cada obra suya.
La obra
de Villegas no es para ver sino para mirar y remirar. Cada cuadro suyo es una
lección de gran arte.